De recuerdos, aromas y sabores

Lo suyo será empezar por el principio.
Como todos mi primer alimento fue la leche, pero a los pocos días ya probé el zumo de zanahoria (según me contó mi madre para resolver un problema digestivo), no vayáis a pensar que mi memoria alcanza a recordar a que me supo en aquel momento, pero sí tengo en la mente el sabor de aquellas zanahorias que algunos años más tarde arrancaba del huerto que cultivaban mi padre y mi abuelo y comía allí mismo tras lavarlas con la manguera.
De esa época me asaltan mil recuerdos, el olor de las tomateras, el sabor de las cerezas blancas, la acidez de las moras que por impaciencia comía sin dejarlas madurar…los sándwiches de nata de los días de verano, el chocolate negro de la pastelería de Mendez Núñez a la que nos llevaba mi abuela, como ella siempre olía a violetas o mi abuelo a ronquina. Los diversos aromas de café de casa de mi otra abuela, el recién molido en aquel estupendo molinillo que los primos nos disputábamos y ella sabiamente nos permitía disfrutar a turnos, o el del café de puchero recién hecho como solo ella sabía que hasta le sacaba espuma …
Me estoy acordando de mi primera infancia, aun no tenía siete años. Tuve pues lo que ahora llamarían estimulación temprana de mis sentidos gustativos, aunque yo no he sido consciente de ello hasta mucho después. Curiosamente mi madre dice que a menudo era mala comedora y pasaba horas delante de un plato o jugando con la comida.
Fueron pasando los años, recuerdo como mi madre adornaba los platos de mil maneras, como rebozaba las verduras  y las convertía en comida de fiesta, como me dejaba replegar la besamel  de aquella sartén de hierro con puntitos blancos, para esos canalones que fueron mi comida de cumpleaños durante muchos años.
Llego la adolescencia y con ella un verano de fresas silvestres y huevos fritos…
Julio en el Valle de Anso, laderas cubiertas de fresas para comer sin cansarte, siento ahora mismo la explosión de sabor en mi boca mientras el sol calienta mi piel y mi cabeza que había descubierto para llenar el gorro con las fresas que no daba abasto a comer. Y fue allí donde hice mi primer huevo frito, me enseño mi tía que consideraba imperdonable que con quince años no supiera ni freír un huevo.
Por aquel entonces mis experiencias gastronómicas fuera de casa eran muy limitadas y no las recuerdo como algo extraordinario, lo extraordinario eran las comidas de los días de fiesta en que mi abuela podía pasar horas preparando chipirones rellenos para todos.
Hoy por hoy afortunadamente ya cuento con placenteras experiencias fuera del entorno familiar ( y otras no tanto), pero aun así días como hoy en los que vuelvo de un viaje en el que he comido mucho y bien, lo que más me apetece es la Sopa Reina que aún me prepara mi madre.
Begoña

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